La malvada abuela, la mariposa vuela Mi abuela maestra de latín La mosca me enseñó a volar Pero quién digo quién y cuándo y quién me enseña a bien bailar
Estoy en la biblioteca de Jorge Batalla; la literatura y el mal en español Los estudiantes son masoquistas, y los profesores—? La pasión y el poder La escritura, la hoja en la que escribo, esta segunda dimensión de la escritura en la que no existe el binario de género
Me había encontrado tantísimas veces con la palabra homophobia, y en los últimos años el uso más contemporáneo de transphobia y de serophobia, pero nunca había escuchado a nadie pronunciar la palabra biphobia, hasta hace unos meses durante una charla en una clínica de la Nueva Orleans, una clínica que se creó durante la llamada crisis del SIDA Pues estamos en Bi Hall, y yo soy el agente etiológico, el zancudo amazónico, Aquí estamos en Bi Hall Frau Deshaies me dijo que la bisexualidad no existe Der Besuch der alten Dame Mi amiga y su gallina Mi podruga Alejandra Mi amiga Julieta con quien hablaba del pollo y de los huesos y con quien fui al jardín secreto, al hortus conclusus Y ese mismo verano engañaba el francés hablando por teléfono con el señor Cante, mirando sincronizados Opening Night de Cassavetes El siguiente año, Loparo, de herencia española-italiana, me preguntó si tal vez él me caería mejor si fuera más mexicano Y yo hice el Cupido a él y a Alyssa, con quien había hecho la partouze de cuatro Después el padre de Marx se murió Y yo encontré al corso Y a Arya la vegana, el vegano con sus playeras blancas, su pelo bien peinado, y sus tazones de lentejas, escribiendo sobre el lenguaje del cuerpo en la obra de Proust Y a Lorena también le interesaba la búsqueda Y vimos en la casa de Sicot Il Gattopardo de Visconti, una secta de Noiray, Y después de la sesión, fui a Richmond, y encontré a los compañeros internacionales de Lorena, incluso a Lourdes, la rusófila, quien advertía mis tendencias surrealistas Y luego en el hotel Mandarin Oriental de Manhattan En el piso sesenta y nueve Entré en un pacto diabólico viajando a la jungla de París con este Tarzan iraní-americano
Y en París Emran al-Amin fue mi compañero de guerra Y tenía una copia de Rayuela en su cuarto Y fuimos a las catacumbas, trepamos por sus venas, Y yo vi señales pintadas, grafiti espantoso, huellas de los primeros años del SIDA “El viaje a la semilla” Se dice que en Francia, on ne tape pas les femmes! Mas después la pareja, Emran y Maximilien, se burlaban de mi clase de homosexualidad, el curso que tomaba sobre la prosa de Jean Genet, con el profesor Alazet, “Alanez” lo llamaban Él es un especialista en Duras, y como ella, yo escribo y reescribo mi historia… Por Skype hablaba con la salvadoreña Y le dejaba mensajes de voz, jugando con el voseo: hola mi vida, ¡llámame, o llamáme!
Pero vuelve la negritud, las sombras que te susurran en el parque Tu veux du shit? Y hay la continuidad de los parques, y uno tiene que regresar al país natal que ya es fatal Y vuelve una canción de amor, algo pasa a través del hueco de la cuarta pared, y siguen volviendo los muertos así que recibí esta foto del culo de mi compañero afro-americano, el tenista sodomita se decía, Dejon, muerte súbita… Él me había dicho durante nuestra primera conversación íntima Después de asustarme, diciendo que sabía todo sobre mi “amigo especial,” así lo llamaba también la madre de mi madrastra, la de la reunión de los amigos, de los cuáqueros, en que iba mi profesor de historia estadounidense, hay gente de la sal de la tierra… Pero bueno él, Dejon, me dijo que estaba tratando de entender al hombre blanco
Aunque sea blanco, yo tampoco no entiendo a la llamada raza blanca Aunque no soy blanco, aunque yo sé que el color de la piel como tal no es la base de nuestras nociones de la raza, Me dio vergüenza cuando yo me sentía frustrado por las circunlocuciones de una compañera durante una cena aquí: Ella estaba tratando de elaborar una descripción correcta para distinguir entre dos personas del mismo nombre, y yo de repente le pregunto, un poco fuerte, ¿es la blanca o la negra?
Hay otras preguntas, y otras oposiciones, yuxtaposiciones cromáticas: Le rouge et le noir, el rojo y el negro, el indio y el esclavo, el encuentro, el desastre, el trauma del nacimiento del llamado nuevo mundo La tempestad La tormenta china El ojo del tigre de Puducherry La turbia confluencia ojalá ojalá ojalá ojalá El eje
Nota del autor:
Este texto se puede considerar un eco del cuento de Borges, La biblioteca de Babel; el título se refiere a la novela El recurso del método, de Carpentier. Es un texto que yo llamaría “transgenérico”, lo cual es muy conveniente a mis preocupaciones del verano de 2019, en cuanto a la transexualidad y a la idea del italiano Mario Mieli de que todos somos seres transexuales, y a mi obsesión gramatológica con el prefijo del latín trans… Lo dedico a la biblioteca Davis, donde lo escribí, y también al comedor Proctor, donde lo revisé, y a la Bi Hall (Bicentennial Hall at Middlebury College in Middlebury, Vermont) en que estaba en el momento de leerlo por primera vez, en agosto de 2019, en la clase de Escritura Creativa en la maestra Sandra Lorenzano.
Jonathan Slaughter nació y creció en Carolina del Norte, EE.UU. Estudió francés, castellano y literatura comparada en UNC Chapel Hill, Middlebury Language Schools, y en la Université Sorbonne Nouvelle. Ha estudiado, en distintos momentos y programas, en Duke, Columbia, Tulane y Lousiana State University. Es escritor, actor de teatro y traductor. Actualmente enseña francés en la Universidad de Carolina del Norte (Charlotte). Recientemente publicó “El botón de dicha de Narciso: Vallejo y la no homología de Trilce XIII” en Carátula: Revista Cultural Centroamericana. Puede consultarse su perfil aquí.
El sábado 3 de agosto de 2019 se presentó en la librería Lavanda bajo la gestión de Editorial Elementum, en Pachuca, el libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” de Eduardo Islas Coronel, ganador del premio estatal “Efrén Rebolledo” 2018. Recogemos aquí los comentarios de quienes acompañaron al autor, Perla Ibarra y Christian Negrete, ambos autores e investigadores del estado de Hidalgo.
“No sé por dónde empiezan a romperse los objetos”
Por Perla Ibarra
El libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” desde el título mismo llama al recuerdo, pero también invita a reflexionar en la solución del enunciado. A resolver metáforas literarias que aluden a paradojas del movimiento, procedentes de la antigua filosofía griega, que a su vez buscan respuesta entre la apariencia del ser y la lógica sofista. Las aporías de Zenón sirven de inspiración a la primera parte de este libro, la cual lleva por título “Paradoja de Aquíles y la tortuga. Paradoja de la Flecha”, manifestación de la lógica que va al encuentro de un tiempo remoto; encontrar el momento exacto entre dos aleteos de mariposa, el regreso a la infancia, hallar el templo invisible donde habita la tortuga que sólo puede percibirse por un eco que la nombra.
La primera parte deleita al lector, y nos reta a imaginar el cálculo necesario para llegar al origen mismo donde crecen los poemas. Eduardo nos da pistas, pero también nos llena de más dudas, refleja en nosotros sus preguntas, que han sido los cuestionamientos de la filosofía desde sus orígenes, los cuales son el reflejo de nosotros mismos al leerlo.
Esta primera parte se divide en siete magníficos poemas, “Arte poética” es el preludio no sólo del libro, sino de una puntual declaración que da nacimiento al poeta; yo amo los versos acentuados (…), yo escribo porque intento hallar a la Tortuga que se quedó en la infancia (…). “Instante” y “Memoria”, segundo y tercer poema del apartado, escudriñan la infancia y enuncian la sensación efímera que tenemos de ésta cuando ya ha pasado.
En la lectura de “Insomnio”, encontramos los versos precisos que definen la palabra de los noctámbulos: como sentir un océano inconsistente azotándose una vez, y otra, contra los invisibles muros de la mente, sin apenas un punto de reposo (…)el insomnio que inquieta al poeta, es el mismo poema que se gesta con la voz de su consciencia.
El sexto poema, “Educación de Aquiles” es uno de mis predilectos, ya que Eduardo entabla diálogo con el afamado guerrero. Su dialéctica entusiasma, porque concede a la disciplina el hallazgo del verso exacto, y a la humildad, el don más preciado para alcanzarlo.
El poema con el que cierra la primera parte del poemario “Cálculo Infinitesimal”, es poderoso, aunque es uno de los más cortos. En él se resuelven las paradojas de Zenón, apelando a una reflexión pausada, concreta pero certera.
La segunda parte de poemario, “Antigua banca de jardín”, da comienzo con un epígrafe que ya nos advierte de la inclemencia del tiempo. Los cinco poemas se concatenan, afirman y reafirman cómo olvidamos los instantes que nos dieron vida siendo niños, de las cosas que se pierden en la memoria, en los huecos del recuerdo que ni siquiera sabemos que ya es un vacío. En particular el poema II, nos conmueve por las sensaciones que evoca: una astillada resortera, una redonda piedra diminuta que nunca conseguiste acomodar -con un tiro certero- en el centro de ti mismo (…)
El tercer apartado es uno de mis favoritos, titulado “A la luz de las palabras”, consta de seis poemas, en él logro percibir claramente el oficio del poeta, la sensibilidad traducida al verso y el verso que aparece sublime al leerlo. He de confesar que el primer poema que leí del libro, se encuentra en este apartado, decidí leer primero todo el índice del poemario y elegir el título que más me gustase, así hallé “El sueño del coleóptero”, porque la palabra coleóptero me encanta, aún más porque es adornada con los dos élitros que ostentan estos diminutos y fornidos insectos y que les sirven para alzar en vuelo. El primer poema leído fue un acierto muy afortunado, ya que me parece uno de los poemas que más indagan en el fondo de la naturaleza humana, una especie de poema kafkiano, que pone de relieve el sentido de la existencia, metáfora del trabajo literario y nuevamente insiste en la disciplina que urde al lenguaje.
“A la luz de las palabras” es el origen del universo y la naturaleza, reflexiona acerca del movimiento que oscila entre la gestación de la vida y el fin cuando llega la muerte. Me parece extremadamente lúcida la manera en que cada poema contiene su propio universo latente, que se crea al ser leído y muere cuando uno termina de leerlo. El poema “La vida antes de la vida”, da constancia de este inicio, y también de la insistencia humana en querer retrasar el final.
El cuarto apartado “Árboles”, corresponde a un conjunto de tres poemas; “La canción de los álamos”, “Árbol caído” y “Árbol danzante”. El primero de ellos dota al álamo de una espléndida voz que cuestiona, que transpira nostalgia y que se mira reflexivamente a sí mismo. “Árbol caído” es un eucalipto que se desploma y es una parábola precisa de lo que significa la pérdida. Con “Árbol danzante” recorremos el follaje del roble, su memoria.
“Los años náufragos” es el penúltimo apartado del libro, donde la figura del padre cobra importancia, así como las primeras memorias acerca del mar. El mar transmuta. Es un reloj inmenso, es un monstruo, es profecía de un tiempo roto. El paisaje marino es el escenario que el poeta utiliza para indagar en el deseo del hombre por construir castillos de arena que nunca se derrumben.
Photo: Moisés Lozada
El último poema cierra rememorando una escena concreta, la estática que procede de una colección de objetos inanimados, de aparatos muertos que se roban el sueño, de la esperanza en que todo puede arreglarse, fe en que todo electrodoméstico tiene su segunda oportunidad. ¿Hablamos de objetos inanimados o de sujetos con ánima? El último verso extraordinariamente emotivo, vuelve orgánico al poema.“No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” es la parte final del libro, conformada por los poemas: “Bicicletas” y “La estática es la lengua de un aparato muerto”. La figura del abuelo es protagónica y me parece que esta última parte del poemario es la más conmovedora, ya que el poeta hace dialogar los recuerdos, el aprendizaje y los lazos familiares, así como las propias experiencias de vida. La bicicleta se convierte en la metáfora de nuestro paso por la tierra, pedalear es indispensable para vivir, pedalear como prueba de resistencia y fortaleza ante los embates del tiempo. Alargar el recorrido lo más humanamente, lo más lejanamente posible.
Para finalizar apunto: el libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” de Eduardo Islas Coronel, nos interna en lo más profundo de los recuerdos del poeta, acaso los de nosotros mismos. Al leer el poemario corremos el riesgo de llenar nuestros ojos de nostalgia y hacer brotar en nosotros imágenes que quizá creeríamos sepultadas. La gran virtud de este poemario es abrirnos a esos recuerdos, y cuestionarnos qué tanto tenemos de ellos ahora. Aunque no todo en él es remembranza, las parábolas y paradojas que encontramos, nos retan más que racionalmente, sensorialmente. Nos reta a escarbar de manera profunda en los distintos momentos de la vida, ya sea cuando niños o cuando viejos, el miedo que acecha nuestro ser es el que sucede cuando el tiempo se detiene. Es un poemario por demás filosófico y de gran belleza.
***
¡OH CORONEL! ¡MI CORONEL!
por Christian Negrete
Y porque estas palabras aún son mías parafrasearé el enormísimo Walt Whitman: ¡Oh Coronel! iMi Coronel! Nuestro no tan espantoso viaje no ha terminado. La nave no ha salvado todos los escollos, y no hemos ganado el anhelado premio, aunque los vientos hidrocálidos te abrazarán, eso lo sé.
Y no es por un premio que estamos esta tarde aquí, compartiendo la atmósfera de la librería Lavanda, y pues a un lado de mi admirada Perla Ibarra.
Y es que Eduardo no es el premio estatal de poesía, ni tampoco es el ingeniero mecatrónico, lasallista, profesor, estudiante de posgrado y lo que se acumule en los meses siguientes. Él es Eduardo Islas Coronel, mi Coronel, nuestro Coronel.
Y hoy habitamos este espacio con el propósito de acercarnos a los poemas que fue capaz de crear este hombre. Con ese estilo de poeta muerto, de niñez que se niega a marcharse, de estirpe fantasma, de recuerdos esbozados y de las leyes que nos rigen más allá del método científico. Él sabe que permaneceremos más tiempo muertos que vivos.
¿Alguien aquí sabe por dónde empiezan a romperse los objetos? El poeta afirma que lo ignora, pero sabe que, cito: “la poesía es una piedra caprichosa/que lleva veintitantos años/creciendo desde el fondo/de tu mano”. Y yo suscribo, he sido testigo del crecimiento de esa roca azul en su corazón a lo largo de estos casi cuatro años de camino compartido. He visto el acecho de la astillada resortera apuntando siempre contra su pecho.
Y es en este camino que el autor resiste al desgaste de las palabras, a la pérdida de significado de las letras, a la erosión de las verdades, cito: “una sola flecha ungida de verdad,/un solo verso cargado de poesía,/arrasará con vanos/castillos de/palabras”. Comencemos hoy por pulir la palabra poesía, porque Coronel escribe poesía.
Y cuando nos encontremos suspendidos en medio de todo, abrazados a las letras que nos arroja, Eduardo nos señalará otro camino, cito: “saber que la poesía no ocurre en las palabras/sino en los intersticios”. Y el reto será mayor, porque no se tratará de entender, de asimilar o de racionalizar. Será un escurrirse entre la tinta, un sumergirse entre tortugas.
Y podremos ver a Diego José, con las cosas en su sitio; a un ejército Borgiano de hormigas; la propuesta irreversible de la vida formulada por Noé o los objetos con más estilo que las personas que nos mostró Quintero.
Sientan estas palabras por favor: “Y si vas a caer/que sea entre relojes/relojes lentos/ que retarden/tu caída”.
Y él no necesita probar el lodo, ni mancharse los nudillos, ni amanecer con los labios amargos a la orilla de un camino. Él es capaz de destruir en mil pedazos la senda de los malditos, de la vida disipada que a veces solo es útil para arrojar soliloquios minúsculos. This is poetry.
Cito: “Aquella tarde, en la playa desierta,/mi reloj de pulsera dejó de funcionar./Había sido un regalo de mi padre”. Y el reto será concluir la travesía por este poema sin llorar como un berraco como lo hice yo en plena presentación de este libro en el Centro Cultural del Ferrocarril. Porque habla de los ascendientes consanguíneos en línea recta hasta llegar al cielo. Y es que es un tema que a todos nos arde en el apellido.
Y ahora, que pasan de “Las siete de la tarde:/la hora en que la luz escapa de las cosas.” Debo dar cuenta de una bicicleta, de ese vehículo que se mueve entre las páginas, que avanza y que no se cae gracias a leyes que ignoramos todos, menos él. Que me hacen recordar que es un técnico, pero que tiene técnica solo dentro de la técnica, fuera de eso está loco, con todo el derecho a estarlo, ¿oyeron? No lo molesten por el amor de Dios. Alejen las palabras diminutas de su estampa, gritamos De Campos y yo desde Lisboa y desde Pachuca.
Yo les aseguro que después de navegar por estas frases, de surcar las imágenes propuestas, se permitirán angustiarse por las contradicciones de la propia existencia, recogerán los fragmentos de ustedes que yacerán en el suelo y continuarán con esta vida. Vida que pese a todo y contra todo… vale la pena. Y si no me creen, súbanse a la bici imaginaria, cierren los ojos y escuchen:
“No aceleres, abuelo
¿Por qué dices adiós?
¿Por qué agitas tu mano al pasar junto a nosotros? ¿Cuánta velocidad llega a alcanzar un cuerpo que se muere?”.
Cierro con la venia de Whitman: De una horrorosa travesía, el barco vencedor, viene con un objeto conquistado, es el objeto que tengo aquí en mi mano: El libro No sé por dónde empiezan a romperse los objetos.
La actividad literaria hidalguense se ha mantenido admirablemente activa en los últimos años. Rafael Tiburcio, uno de sus más destacados exponentes, es un autor que ha explorado diversos géneros con gran aceptación por parte de la audiencia y de la crítica; estudiarle a él, comentar su obra junto a la de otros autores y frente a la tradición, es una manera de atender la pregunta por nuestro papel en el momento histórico actual de las letras mexicanas.
El esfuerzo crítico es una resistencia que reside en la memoria.
– Editorial
Rabia | Ikari : nuestra cara en el espejo
(Segunda Parte)
Por Aida Padilla
Escapar: la actividad más recurrente de los personajes de Rabia. Neko y Mutsumi-Chan (Magali) escapan de la ciudad para intentar construirse una nueva vida, los inmortales evaden la realidad por medio del alcohol y otras drogas, Sebastián senséi se suicida. En el terreno de los lazos interpersonales las cosas no son muy diferentes. “Las relaciones para nosotros consistían en esa batalla, hitandrun, coge y huye”, dice Neko.
En una sociedad en la que, como apunta Focko, “Las personas se juntan para coger diario, para dormir calientitas” y “el resto es plusvalía” no hay lugar para conexiones profundas. Se vive, utilizando una imagen de Gorostiza, en islas de monólogos sin eco en las que la empatía, los puentes de comunicación y el respeto al otro —familia, “amigos”, comunidad, pareja— ceden ante la satisfacción de necesidades personales que no son generalmente más que caprichos egoístas. “Fingir una sonrisa, hacerles creer que me importaban, o que yo a ellos. La vida, un simulacro.” Es justo esa actitud la que ocasiona el accidente en el café, que puede considerarse como el punto de quiebre más importante del personaje principal.
La resaca espiritual y moral que ese acontecimiento produce reclaman un reacomodo axiológico: si ya desde el principio Neko había sustituido al ángel y al demonio, figuras de la iconografía arquetípica de la conciencia, por un Sócrates y un Diógenes de bolsillo que se ajustaban, según él y sus amigos, un poco más a las necesidades contemporáneas, estos terminan siendo a su vez destronados por un Andrés Puente y una Tatiana cuyo único imperativo parece ser “Agita una mano agita ahora un pie agita la otra mano y también el otro pie…”
Rafa asegura que le fallaron los cálculos, que, como bien dijo Romano, más que sobre la rabia, la novela es sobre la melancolía. Un Hugo García Terreros (Neko), adulto fracasado promedio con un montón de heridas, sueños frustrados y anécdotas a cuestas, se acuerda de sus épocas de inmortal; de aquellos días en los que todavía pensaba en desestabilizar, en sacudir al mundo con el proyecto Ikari que, como él mismo en retrospectiva afirma, no pasó de ser nunca “una crítica generacional a fin de cuentas mal lograda”. “La edad reduce la furia”, dice Valencia en Los desmemoriados, otro de los relatos de Préndete fuego. La edad tal vez no reduzca exactamente la furia. Quizá sólo la fermente, la encierre en camisa de fuerza en algún rincón oscuro del inconsciente y la amordace reduciendo sus manifestaciones exteriores, educándola en la falsa templanza de cuerpo pa’ fuera. En el relato de Alfonso, el personaje que narra bien podría ser cualquiera de los de la novela de Tiburcio, examinándolo todo en retrospectiva. “Hacemos memoria de la locura y el ruido que acompañan el ímpetu atroz de querer crecer y construir la vida con lo que no siempre está al alcance”, dice. “Sueños que no reparan en la necesidad imperdonable de talento y disciplina. Éramos jóvenes promesas y ahora no somos más que adultos contemporáneos, jóvenes maduros cuyos tatuajes los alejan del promedio, pero nada más. Nada del brillo especial que resplandecía con el nacimiento del milenio. No supimos ser la generación de la nueva era, caray. No dimos lo necesario para ponerle nuestros nombres en letras de oro a la pinche vida.”
Los caminos se van trazando y atrás quedan inevitablemente “las cosas que no sucedieron” —por utilizar una expresión extraída del título del primer libro de Valencia—. Un parpadeo y ¡Pum!: la juventud, junto con ese horizonte abierto a infinitas posibilidades, se esfuma. Queda la nostalgia y la esperanza de que el resto no sea sólo una de esas codas largas y aburridas que ya a nadie le interesa oír.
“La ficción suele ser una metáfora de la realidad”, dijo Rafa tras recibir el Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay en 2014. A pesar de estar ambientada en una Agnosia pre Arco Norte en la época en que “los cárteles de la zona apenas empezaban su agencia de seguridad micro empresarial”, en la que todavía no había internet “hasta en los relojes de pulsera” y en la que “las baterías de los autos eléctricos sólo eran especulaciones en tesis universitarias”, la novela de Tiburcio recrea sin duda un ethos aún vigente. Esa fue la época que nos vio crecer a todos los que ahora tenemos veintitantos o más, los que nacimos antes del nuevo milenio.
Leer la novela de Rafa es de verdad como entrar a un laberinto de espejos. ¿Cuál es el chiste entonces de vernos la cara, si no es que también las entrañas, reflejadas en la literatura? Por un lado, enterarnos de cosas de nosotros mismos de las que aún no estábamos al tanto; por el otro, tratar de llevar a un siguiente plano el infinito proceso de consumación de la obra. La novela, como cualquier todo finito, es una unidad (in)completa que necesita ser complementada por lo otro externo a ella, por un lector que debe ser en realidad, como decía Novalis, el autor ampliado y la encarnación de otro eslabón de la cadena reflexiva, de otro momento en el despliegue del Espíritu.
El ideal sería una suerte de sistema nutricio recíproco: el acercamiento crítico del lector a la obra contribuye al autoconocimiento, pero es también sólo a través del encuentro con el lector que la obra en sí se autoconoce, se enriquece y se actualiza.
Un consejo quizá subjetivo, quizá visceral: háganse un favor y denle una oportunidad a la novela de Rafa, pero ábranse de verdad a todo lo que tiene que ofrecer. Como toda obra digna de navegarse, Rabia | Ikari es un crisol, un caldero mágico. Sin duda algo interesante habrá de revelársele a quien apueste por beberse el contenido.
Psicólogo, docente, escritor. Ha publicado Cenicero (Malavida Editorial, 2017). Sus colaboraciones literarias pueden ser encontradas en la revista Los Bastardos de la Uva (Abril, 2013), la compilación de poesía Señales para quien está de paso (Malavida Editorial, 2017), Maldito Vicio del diario El independiente de Hidalgo (Noviembre, 2017) y en la revista electrónica Casa Rosa: Hospedaje Cultural. Fundador de Circuito: Intervención y Arte, becario Interfaz Issste | Atemporalidades, Anacronismos y Emergencias (Junio, 2018).
Estúpidas fronteras
podríamos ser todos amigos
o al menos obsequiar respeto
hacerle caso a los budistas
cristianos, testigos de Jehová
a los católicos de bautizo
pero alcohólicos empedernidos todos
podríamos fumar legalmente
de un bong con forma de biblia
asistir a misa de 4:20
y ver Los diez mandamientos de Marley en la escuela
podríamos estar en paz con el mundo
solo un momento
pero tenías que escribir Mi lucha
tomar el Estado
invadir América, Europa
arrojar tanta jodida bomba
odiar a los palestinos
todo el maldito power
que el mundo entero tenga un iPhone
el niño muera dormido
mientras cuelga de la espalda de una mujer con anemia
tenías que ponerle barras y estrellas a la rabia
tenías que desear lo que no tenías
tenías que insistir en salir en la portada
y a pie de fotografía:
esa foto de un niño inmóvil a quien besa la marea
la subió a redes Sin escrúpulos
podríamos ser todos amigos
olvidar las estúpidas fronteras
concentrarnos en descubrir a la bestia en el adentro
En su delirio clínico, Ángela Escobar, asegura ser actriz. Gusta de rituales nocturnos y la parapsicología. Ha publicado cuento y poesía en diversas revistas tanto físicas como electrónicas. Participó en el III Encuentro Efímero de Poesía en Pachuca, autora de Debajo de mis Venas Silenciosas (Ediciones Periféricas, 2019). Es guionista, productora teatral y actualmente incursiona en dirección escénica. Ángela Escobar se encuentra y se conoce entre historias, escenarios y poesía.
Diario de la señorita Lane
I will scream in vain,
oh please, miss Lane,
leave me with some pain.
“Dark Entries”
Bauhaus
Él frente a la señorita Lane,
resbala tinta oxidada.
En sus ojos de invierno,
y partituras de historias,
olvidadas en un vinyl.
Él metamorfosis de gritos,
y arañazos en su memoria.
Fuego en las entrañas,
juego de la indecencia de la señorita Lane.
Te mueres en treinta y seis minutos,
con seis segundos.
Con los ojos cerrados, empapados,
de sudor y estrellas.
La señorita Lane dobla la perversión,
en el bolsillo.
Criatura mística que alza el vuelo antes de
medianoche.
Él revolotea en la ausencia-noche,
de un espectacular vacío.
Las luces se funden en los viejos tiempos,
lista para la acción.
La señorita Lane muerde las lágrimas,
de viejos vampiros,
olor claro-oscuro.
Con uñas de fuego pálido,
arropa el sexo de la señorita Lane.
Mientras ella disimula
la decadencia con humo de cigarrillo.
Él cuerpo de dios-roto,
titila bajo el frío de espejos,
La señorita Lane construye,
una barca de muerte, orgías,
voces y el sabor de la derrota.
Obscenos despojos azules
A ella que en su universo mórbido,
de notas desordenadas,
naufraga entre ríos de miradas grises.
Ella de enajenados insomnios,
y pesadillas recargadas en la espalda,
cómo cadenas oxidadas,
la beldad demacrada,
cruje como lastre.
Ella, que pinta sus labios de corriente eléctrica,
La actividad literaria hidalguense se ha mantenido admirablemente activa en los últimos años. Rafael Tiburcio, uno de sus más destacados exponentes, es un autor que ha explorado diversos géneros con gran aceptación por parte de la audiencia y de la crítica; estudiarle a él, comentar su obra junto a la de otros autores y frente a la tradición, es una manera de atender la pregunta por nuestro papel en el momento histórico actual de las letras mexicanas.
El esfuerzo crítico es una resistencia que reside en la memoria.
Aquí la primera parte de una honda reseña escrita por Aida Padilla en torno a la novela de Rafa Tiburcio, Rabia | Ikari.
Rabia | Ikari : nuestra cara en el espejo
(Primera Parte)
Por Aida Padilla
Oscar Wilde dice en su Prefacio al artista que la aversión del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Calibán, ese monstruo shakespeariano aberrante, viendo su cara en un espejo. Podría decirse también que la posible, aunque altamente improbable, aversión que pudiera sentir cualquier lector del siglo XXI por la primera novela de Rafael Tiburcio no sería otra cosa sino la rabia del Calibán posmoderno que todos llevamos dentro contemplando una selfie tomada por equivocación la noche anterior en un estado inconveniente.
Tiburcio nos cuenta la historia de Neko y sus amigos, quienes deciden poner en marcha el proyecto Ikari: una serie de intervenciones con pretensiones artístico-anárquico-radicales en espacios públicos —virtuales y físicos— de su natal Agnosia (Pachuca), ciudad en la que lidian, desde diferentes ángulos y a su particular manera, con la contaminación de la época, entendida en todas sus posibles manifestaciones. El proyecto no es interpretado por la comunidad más que como vandalismo adolescente hasta que una de las siete instalaciones resulta ir demasiado lejos.
Algo como lo del párrafo anterior podría leerse en el apartado de reseñas de la página de cualquier cadena de cines, y me atrevo a resumir de esta manera la trama de una novela que trasciende en muchos sentidos lo meramente anecdótico intentando seguir un poco el juego de Rafa, que suele escribir a veces con recursos extrapolados del ámbito audiovisual, lo que contribuye a que el ritmo de la novela sea muy bueno. Si al principio cuesta un poco de trabajo engancharse, después se vuelve imposible dejar de leer.
Los personajes principales se encuentran, en su mayoría, en la “edad de los inmortales”, es decir, entre los 11 y los 19 años, y esa toxicidad a la que estuvieron expuestos los ha moldeado, los ha hecho lo que son ahora. No sólo se trata de la catástrofe ecológica, de habitar un asentamiento urbano como muchos otros que, en palabras de Neko, parece “sesión de Sim City jugada a lo pendejo”, con fraccionamientos construidos sobre jales y lagunas de cianuro, sino de los problemas y coyunturas sociales, económicas y éticas a los que tiene que enfrentarse una generación que, como escribe Rafa, debe intentar construirse a partir de ruinas, pues ya no tiene, o por lo menos eso es lo que se empeña en creer, ataduras con ninguna tradición; una generación que se siente “post” todo —“post”, ese prefijo lubricante de moda—: “pura cáscara”, como dice el papá de Magali en el libro, hijos de las múltiples crisis, entre ellas la de valores ocasionada tal vez, según teorías de Neko, por las hormonas con las que engordan a los pollos.
Adolescentes post-otakus, vampiros, integrantes de diversas tribus urbanas y demás “fauna contracultural” joven lucha como Dios le da a entender para hacer extraordinario lo ordinario cotidiano, para abrirse espacios de creatividad o libre expresión, porque el caos es siempre preferible al tedio. Adscribiéndose a lo que bien podría catalogarse como neocostumbrismo, Rafa, cual heredero de los pintores del XIX, retrata magistralmente a través escenas características de nuestra época —las pedas en el Cedral, los toquines, las reuniones en el Café Estival— y de diálogos muy bien construidos en los que experimenta a veces con la disposición espacial del texto sobre la página los rituales, las orgías y las inquietudes de estas figuras a las que quizá no se les ha dado aún suficiente visibilidad en la literatura o por lo menos no con resultados tan exitosos como los que Rafa obtiene.
Julio Romano insinuó con mucha razón en el texto con el que presentó la novela hace un par de años que Rabia | Ikari no es tanto la historia de un ingenuo intento de minar, para ampliar límites, la aparente estabilidad de una ciudad dormida en la que hacen falta nuevas perspectivas, aventuras y oportunidades, como la caracterización de una fuerza mucho más abstracta que se encarna en los personajes y se deja sentir también en el ambiente: Tánatos, pulsión de muerte y destrucción. “Reventar la ciudad. Reventar el panorama, el horizonte, el futuro.” Así caracteriza Romano el afán demoledor de los inmortales. “Reventar la ingenuidad. Reventar la serenidad de una Agnosia rayana en la catalepsia, en la catatonía. Reventar todo lo que nos rodea. Reventarse a sí mismo. Reventarlo todo. Reventar aquello que lo reviente todo.” “No era posible que entre tanta estupidez fuéramos inmortales”, dice Neko. “No lo éramos y lo sabíamos. De todos modos nos portábamos como personajes de anime y lo hacíamos justo porque estábamos conscientes de nuestra finitud, de esa filosofía rockera de ‘arder y desaparecer’ en vez de ‘consumirse lentamente’. Era una forma de esquivar al destino hasta donde nos alcanzaran las fuerzas”. No es gratuito que otros escritores hidalguenses de la generación hayan escrito pasajes que remiten a ese mismo impulso. “Revive. Estírate. Sobrevive. No pares. Arrasa con todos, con todo”, escribe Valencia en su nuevo libro, Préndete fuego. “Tú eres una luz que parte la luz. Un rayo que parte el rayo. Velocidad que parte la velocidad en dos, en seis, en nada.” “Corre en tus propias venas y explota en tu propio corazón y siente el empuje y los caballos en tus venas. Cómprate una camioneta. Vuélvete una camioneta. Sé una camioneta negra donde quepa todo el mundo. Y quémala a orilla del camino y escapa…”
Selene Flores, (Guadalajara, Jalisco, 1998), es una poeta apasionadamente disidente, de gran ímpetu por las sensibilidades de la resistencia.
Su trabajo, publicado mayormente en Liberoamérica, nos recuerda al abordaje de mujeres revolucionarias -en la acción y en la obra- como Susana Thénon o Alaíde Foppa. Su formación le ha permitido alumbrar los movimientos de la más ardua consideración del mundo.
Poeta y estudiante de sociología. Ha sido ganadora del certamen Creadores Literarios Fil Joven (2014, 2015), y del Torneo de Escritores Universitarios Arreola-López Velarde de la Universidad de Guadalajara (2017). Algunos de sus textos se encuentran en la revista Vaivén de la Universidad de Guadalajara, El Humo, de la Universidad Autónoma de México, y las revistas digitales de Low-Fi Ardentía, Tres pies al gato y El periódico de las señoras. Es autora del poemario Cinema (2018), publicado por Cuadrivio Ediciones.
Para S. Ábrego
Vive en mí
la visión de una tú mucho más vieja
que conserve dedos delgados
y ojos de curiosa ternura.
Catedrática, nos miras
hablas de la urgencia, pensar cómo pensar
la muerte de la poesía
camina
entre las filas de nuestras bocas ignorantes.
Te sientas a la mesa
con el afán de salir
una tú mejor de la que entró
imagino que, en sueños,
tomé tus manos
y supiste que yo también estaba sola.
Para Alma
Yo podría sentarme con collares de perlas en el cuello,
fregar los platos con guantes después de cenar
poner los chocolates en bomboneras de cristal,
leer revistas
mientras espero la tristeza y la novela de las seis.
Recoger a una niña regordeta del ballet
recordar cuando yo bailaba y era tan grácil
tan más grácil que ella,
nada heredó de mí.
Podría también vivir en la sierra,
tejer patrones de flores y de alpacas,
enseñar a las criaturas a leer,
recitar a Freire sentada con nada más
que una lámpara de gas,
esperar que no te peguen un tiro en la cabeza
y despierta
tenerte el café listo para mañana cuando partas.
En cambio, ya ves
me han visto tú y los otros
sentada en los bares,
descalzada en las banquetas
pidiendo otra copa, encendiendo un cigarrillo,
hablando de Federici; suicida como Plath.
Qué risa debo dar con mi discursillo trágico,
contando las horas en que todo salió mal,
fui descubierta tantas veces,
a tan pocos convencí
y siguen cayendo, moscas,
me encanta el brillo de los unos
cuando me digo comunista,
y la euforia de los otros
que quieren anillarme,
ponerme casa a mi gusto cerca de Coyoacán.
Los encuentro ridículos a todos,
así es, dije los encuentro,
así hablan las mujeres como yo
que tanto hemos leído, que tanto fracasado,
que durmieron en el lobby de un hotel
porque las sábanas blancas de una cama matrimonial
sin estar matrimoniada, resultan aterradoras,
así es, dije resultan, qué gran literacidad.
A partir de aquí ya pueden comenzar
con sus encantadores vicios,
¿se compadecerán de mí?,
¿o son más del estilo de lapidar y olvidarse?
Como sea, no lo piensen tanto,
tengo unas vacaciones pagas en el sur
y varios mandados que hacer en Providencia,
comprar un nuevo traje de baño, con tiro alto
que me haga cintura,
aprender a tirar con pistola,
hacerme el gel de las uñas,
traducir yo misma a Apollinaire,
correr del fantasma de la hija que no tengo,
y terminar de leer la biografía de Keynes,
el libro dice que era un excelente intelectual,
tomaba el almuerzo con Virginia Woolf,
porque esa gente no comía, tomaba el almuerzo,
y me quedé en la parte donde el autor dice ¡Keynes pudo haber sido tantas cosas
y decidió hablar de economía!
Su débil corazón le pasó factura,
comienzo a sentirme rara,
convendría otro café,
y que alguien me sujetara de las manos,
desfallezco,
qué risa, qué comicidad
esta manera mía de morir.
A Quien Corresponda: es una exhibición creada por Edgar Rodriguez e Inés Benítez, ambos mexicanos, ubicada en Cambridge, Massachusetts, que rompe con los protocolos y cánones usuales de las galerías de arte. Se trata de un conjunto de piezas enviadas por correspondencia por diversxs artistas, que ocupan un espacio de 0.0588 m2 en las instalaciones de la GSD Kirkland Gallery, una organización estudiantil para respaldo del Harvard Graduate School of Design y sus creadores emergentes.
El ánimo de ruptura y la propuesta estética que se deriva de este experimento, cobra especial relevancia ante una situación peculiarmente cuestionable en el ámbito del arte. Es una propuesta fresca, auténtica e inspiradora.
En esta ocasión, tuvimos la oportunidad de platicar con Edgar Rodríguez (Pachuca de Soto, 1992), quien junto con Inés, se ha dado a la tarea de ofrecernos una propuesta genial, subversiva y arriesgada, en el ámbito del diseño y la arquitectura:
Entrevista con Edgar Rodríguez, co-organizador de A Quien Corresponda:
Primero, explícanos un poco de cómo empezó la idea. De dónde surge el impulso por montar una exhibición de orden tan plural y con tanto calor de disidencia:
Edgar Rodriguez: Desde febrero estuve platicando con Inés sobre el interés de trabajar juntos en un proyecto extra-académico y por suerte coincidió con la convocatoria para el programa de exhibiciones de la Kirkland Gallery. Quisimos aprovechar esta oportunidad y espacio como una excusa para colaborar y como plataforma para mostrar algo más que nuestro trabajo personal. En un inicio el proyecto no tenía nombre, ni conceptos, ni ambiciones, empezamos a trabajar por el mero gusto de rebotar ideas y de iniciar algo desde cero. Creo que no puedo hablar de este proyecto sin hacer referencia a La Bienal de Venecia 23, un proyecto antecedente en el cual colaboré como organizador junto a
operadora, proyectos ninguém, Ana Nuño y Luis Young. Estos dos proyectos, creo que nacen de la falta de espacios, medios y formatos para exhibir el trabajo de arquitectos y diseñadores en México. Muy temprano en el proceso de planeación decidimos que A quien corresponda debía ofrecer un espacio horizontal, sin jurados, sin cuotas y sin censuras donde cualquier profesional interesado exhibiera su trabajo.
Ustedes toman al Mail Art como una base de su curaduría. Cuéntanos más de cómo interviene este tipo de obra de arte en A Quien Corresponda:
Llegamos al movimiento del Mail Art por mera coincidencia, buscando antecedentes a las ideas que habíamos discutido sobre el argumento de la exhibición. En concreto, este tipo de arte nos llamó la atención por centrarse en el intercambio libre de obras de arte a través del correo postal, adoptando sus medios y formatos. Nos pareció muy relevante
retomar la ideología de este movimiento para A quien corresponda pues creemos que este proyecto comparte el interés por hacer conexiones, abrir canales de comunicación, incentivar el diálogo, y construir una comunidad. También lo vemos como una colección de pequeños esfuerzos, que cuando se suman 137 prácticas, es una forma de irrumpir los medios y espacios tradicionales del museo y la academia.
Cuéntanos un poco de cuáles son los males propiamente ideológicos que atraviesan a la arquitectura y al diseño, según la perspectiva de su equipo:
Personalmente no creo que podamos hablar de males, pero sí de vicios. Como arquitecto joven y con poca experiencia, veo en México un gremio de diseñadores y arquitectos sordo y miope. Pareciera que las mismas tres figuras repiten las mismas tres líneas una y otra vez, de algún modo destruyendo el diálogo y la crítica constructiva que considero necesarios para empujar la disciplina. Fuera de México no es tan distinto, por eso nos interesa exportar/importar ideas y compartirlas con otras audiencias, en otros contextos y en otros formatos.
De qué modo A Quien Corresponda: constituye una crítica efectiva a estos desafíos:
No creo que se pueda considerar efectiva aún (jajaja), pero el fin de A quien corresponda: es ampliar las posibilidades de cómo exhibir y compartir ideas relacionadas al diseño y la arquitectura. Los trabajos que se incluyen en la exhibición es una fiel muestra de que existen posibilidades infinitas, desde latas de atún, hasta playeras t.
Finalmente, ¿Hay otros proyectos en puerta? Si quisiéramos ahondar en su trabajo ¿en dónde debemos buscar?
Por lo pronto queremos llevar la exhibición de vuelta a México y hacer una publicación del material que recibimos. Consideramos importante quede registro de la confianza y el esfuerzo que todas las prácticas participantes pusieron en este proyecto y que podamos compartirlo con más gente de la que pudo asistir a la exhibición. Pueden seguir el proyecto por redes sociales, en instagram como @aquiencorresponda__ en facebook como @aquiencorresponda.xyz y en el sitio web del proyecto http://aquiencorresponda.xyz
Edgar Rodriguez (Pachuca de Soto, 1992)
Candidato a la Maestría en Arquitectura (March II, 2020) por la Escuela de Posgrado de Diseño en Harvard (GSD) y Licenciado en Arquitectura (2015) por la Universidad Iberoamericana (UIA). En 2014 co-fundó la oficina de arquitectura operadora. con la cual participó en el comité organizador de La Bienal de Venecia 23 en 2018.
Inés Benítez Gómez (Ciudad de México, 1989)
Candidata a la Maestría en Estudios de Diseño – Arte, Diseño y el Dominio Público (MDes ADPD, 2019) por la Escuela de Posgrado de Diseño en Harvard (GSD) y Licenciada en Arquitectura (2013) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha trabajado en diseño museográfico (Museo de la Libertad y Derechos Humanos en Panamá, 2017-), apoyo a la producción de arte (Kurimanzutto, 2017), investigación, diseño y construcción de espacios educativos y corporativos (SpAce Arquitectura, 2013-2016), así como en la coordinación y producción de material artístico (Taller Tornel, 2015), y en varios proyectos arquitectónicos individuales y colectivos
Sietezorros es el nombre con el que el músico y escritor de canciones Jorge Galindo (Xalapa, Ver., 1991) recurre a la palabra sobre la página para acercarse a la poesía independientemente de los medios y de las estructuras musicales del songwriting.
MUERAN HUMANOS
Festival NRMAL 2017
el ruido y la furia
de la máquina humana
impulso inicial
sabes de sobra el lugar que ocupas
pero en tu instinto está rehusarte a aquello
¿a qué otro lugar irás?
por campos de espuma marchitará tu nombre
¿a dónde si has de llegar
te recibirán con flores?
aguarda un poco
te insistes
te engañas
abres tus brazos
te niegas ausente
solitario durmiendo
la sombra que acontece
no hallas un sitio abrigo lloroso
y cuelga ian curtis
su soga en la esquina
roja rosa visceral
la luz imperante
te tira al suelo convulsa
y bailas con ella en la nada
de aquél espejo
cantaron canciones
de años de ruido
las sombras que tú mismo proyectas
MATANDO A PLATÓN
pienso en aquello que vino a decirme el agorero viejo
si es cierto que no dominamos técnica alguna ¿qué sentido tendría pensar entonces una ciencia para el acomodo sensible de los pájaros a contraluz que estáticos en el tiempo permanecen en constelación perpetua para nuestro incesante estudio?
yo también río y acaso me imagino semejante a Tínico de Calcis quizás un claro ejemplo de que la inspiración sólo llega para que lágrimas se le derramen una vez que se le ha perdido.
DEL LIRIO
[…] de pronto todos los locales de Regina empezaron a cerrar diciendo que «ái vienen los saqueadores». De modo que comencé a pedalear en contra del flujo de la gente para ver qué pasaba. No había mucho. Sondeé a algunos locatarios, unos decían que los «saqueadores» venían por el Zócalo, otros que por Izazaga, todos coincidieron en decir que la policía fue quien dio el aviso. […] En ningún lugar, nadie, había visto a los tales «saqueadores». Lo que sí vimos fue policía, muchísima policía. […] Al final nada había pasado, salvo el miedo.
–Testimonio en Facebook; 04 enero, 2017.
no es el viento quien trae el aviso
no es un presagio de setecientos años
aquella sombra que se avecina
{ apenas y habla y apenas y existe }
no es de pasos que está hecho su andar
en la nada el nombre de nadie reclama
como un fantasma sin cuerpo
{ que apenas y habla y apenas y existe }
pero se siente
cuando la boca de tu vecino
grita allí viene
como el frío del lirio
como un viento febril
y un frío delirio
entonces nadie
sale de casa y marcan sus puertas
derraman en ellas la vida
del cordero más joven el indefenso
que ayer engendramos
en la plaza llena de gritos.
SECUENCIA REGRESIVA
estamos en nuestro dolor
muy adentro
y nos negamos a soltarlo
afuera hay guerras
pero adentro hoy se celebra la milésima
batalla final que tendrá
que volver a librarse mañana
por eso con la cuenta regresiva en aquel
casio al que hace tiempo le retiramos la pila
brindamos en la espera de la explosión
atómica que nos dijeron levantaría nuestras almas al cielo
pero llega un nuevo día y fatigados de cerrarnos
las puertas
con nuestras espaldas encontradas
esperamos a que el más valiente se levante
e indiferente al momento de vulnerabilidad recién acontecido
Dos poemas de Jack Dou (Honduras, 1998) uno de los participantes del III Encuentro Efímero de Poesía en Pachuca.
Estudiante de la carrera en Literatura y Creación Literaria en Centro de Cultura Casa Lamm. Actualmente cuenta con dos publicaciones en Revista Literaria Monolito. Residente en la Ciudad de México desde hace un año.
Sólo quiero ser crucificado
Quiero tener una corona hecha con botellas de alcohol que los vidrios se entierren en mi conciencia, al son del Réquiem treinta y nueve azotes con las palabras de un poeta vanidoso una temporada en el infierno. Quiero cargar una cruz que sueña con amores monstruosos que mi espalda se llene de llagas un universo fantástico de dolor ¿Por qué he malgastado mi vida? Quiero las burlas de quienes no me entienden ser tratado como el Nazareno, en un camino tortuoso encontrarme con una sonrisa pobre pero querida por el alma. A mis veinte años quisiera tener treinta y tres o tal vez veintisiete ¡ahora me rebelo contra la vida! El dolor y la pena siguen persignando mi espalda en mortuorias oraciones ¡que revienten mis vertebras! El camino al monte calvario es excesivamente simple, demasiado ligero para mi orgullo, ¡que no se me acerque ningún Simón de Cirene! Mi cruz está hecha por el rechazo y por pútridas sonrisas una tortura sutil, ¡somos tantos en el mundo! ¿Por qué he malgastado mi vida? Los clavos se empiezan a enterrar ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! No sólo en mis manos y pies, perforan el alma ¡Crack! ¡Crack! ¡Crack! Un clavo: soledad. Un clavo: recuerdos. Un clavo: Amor. Amor. Amor. Amor. Amor. Amor. Doce meses en una cruz y todavía desconozco la caridad. Pobre y querida alma la eternidad no está del todo perdida para nosotros. En gritos de soledad y murmullos amorosos mis brazos se empiezan a desprender de mi cuerpo cada célula se congela con los escupitajos de los días robados. Todavía espero que me claven esa lanza en mi dorso. Un último deseo de ser amado.
Existir en el exilio
Déjame contarte, madre, que aquí hay cuatro estaciones… las hojas caen en olas de eterno calor y renacen resquebrajadas en la ausencia, pero yo siempre tengo frio. Déjame contarte, padre, que la calaca ya no se posa sobre mi cama, que ya dejó de lamerme el oído… con sus cantos de alerta. Déjame decirte, Calor, que los huesos se me entumecen y las esquirlas de hielo los perforan. Que mi piel llagada se congela al extrañarte Dios, déjame contarte: desde que me fui, no he visto tus ojos nocturnos Dios, te voy a decir un secreto: desde que me fui, tus penas me parecen putrefacciones del pasado. Mi amor ¿sabes de la gran serpiente naranja? Sus víctimas son voluntarias, en el vientre metálico de la serpiente nos deshumanizamos. Por último quisiera comunicarte. Del gran exilio humano y que el único recluso. Soy yo.