
El sábado 3 de agosto de 2019 se presentó en la librería Lavanda bajo la gestión de Editorial Elementum, en Pachuca, el libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” de Eduardo Islas Coronel, ganador del premio estatal “Efrén Rebolledo” 2018. Recogemos aquí los comentarios de quienes acompañaron al autor, Perla Ibarra y Christian Negrete, ambos autores e investigadores del estado de Hidalgo.
“No sé por dónde empiezan a romperse los objetos”
Por Perla Ibarra
El libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” desde el título mismo llama al recuerdo, pero también invita a reflexionar en la solución del enunciado. A resolver metáforas literarias que aluden a paradojas del movimiento, procedentes de la antigua filosofía griega, que a su vez buscan respuesta entre la apariencia del ser y la lógica sofista. Las aporías de Zenón sirven de inspiración a la primera parte de este libro, la cual lleva por título “Paradoja de Aquíles y la tortuga. Paradoja de la Flecha”, manifestación de la lógica que va al encuentro de un tiempo remoto; encontrar el momento exacto entre dos aleteos de mariposa, el regreso a la infancia, hallar el templo invisible donde habita la tortuga que sólo puede percibirse por un eco que la nombra.
La primera parte deleita al lector, y nos reta a imaginar el cálculo necesario para llegar al origen mismo donde crecen los poemas. Eduardo nos da pistas, pero también nos llena de más dudas, refleja en nosotros sus preguntas, que han sido los cuestionamientos de la filosofía desde sus orígenes, los cuales son el reflejo de nosotros mismos al leerlo.
Esta primera parte se divide en siete magníficos poemas, “Arte poética” es el preludio no sólo del libro, sino de una puntual declaración que da nacimiento al poeta; yo amo los versos acentuados (…), yo escribo porque intento hallar a la Tortuga que se quedó en la infancia (…). “Instante” y “Memoria”, segundo y tercer poema del apartado, escudriñan la infancia y enuncian la sensación efímera que tenemos de ésta cuando ya ha pasado.
En la lectura de “Insomnio”, encontramos los versos precisos que definen la palabra de los noctámbulos: como sentir un océano inconsistente azotándose una vez, y otra, contra los invisibles muros de la mente, sin apenas un punto de reposo (…) el insomnio que inquieta al poeta, es el mismo poema que se gesta con la voz de su consciencia.
El sexto poema, “Educación de Aquiles” es uno de mis predilectos, ya que Eduardo entabla diálogo con el afamado guerrero. Su dialéctica entusiasma, porque concede a la disciplina el hallazgo del verso exacto, y a la humildad, el don más preciado para alcanzarlo.
El poema con el que cierra la primera parte del poemario “Cálculo Infinitesimal”, es poderoso, aunque es uno de los más cortos. En él se resuelven las paradojas de Zenón, apelando a una reflexión pausada, concreta pero certera.
La segunda parte de poemario, “Antigua banca de jardín”, da comienzo con un epígrafe que ya nos advierte de la inclemencia del tiempo. Los cinco poemas se concatenan, afirman y reafirman cómo olvidamos los instantes que nos dieron vida siendo niños, de las cosas que se pierden en la memoria, en los huecos del recuerdo que ni siquiera sabemos que ya es un vacío. En particular el poema II, nos conmueve por las sensaciones que evoca: una astillada resortera, una redonda piedra diminuta que nunca conseguiste acomodar -con un tiro certero- en el centro de ti mismo (…)
El tercer apartado es uno de mis favoritos, titulado “A la luz de las palabras”, consta de seis poemas, en él logro percibir claramente el oficio del poeta, la sensibilidad traducida al verso y el verso que aparece sublime al leerlo. He de confesar que el primer poema que leí del libro, se encuentra en este apartado, decidí leer primero todo el índice del poemario y elegir el título que más me gustase, así hallé “El sueño del coleóptero”, porque la palabra coleóptero me encanta, aún más porque es adornada con los dos élitros que ostentan estos diminutos y fornidos insectos y que les sirven para alzar en vuelo. El primer poema leído fue un acierto muy afortunado, ya que me parece uno de los poemas que más indagan en el fondo de la naturaleza humana, una especie de poema kafkiano, que pone de relieve el sentido de la existencia, metáfora del trabajo literario y nuevamente insiste en la disciplina que urde al lenguaje.
“A la luz de las palabras” es el origen del universo y la naturaleza, reflexiona acerca del movimiento que oscila entre la gestación de la vida y el fin cuando llega la muerte. Me parece extremadamente lúcida la manera en que cada poema contiene su propio universo latente, que se crea al ser leído y muere cuando uno termina de leerlo. El poema “La vida antes de la vida”, da constancia de este inicio, y también de la insistencia humana en querer retrasar el final.
El cuarto apartado “Árboles”, corresponde a un conjunto de tres poemas; “La canción de los álamos”, “Árbol caído” y “Árbol danzante”. El primero de ellos dota al álamo de una espléndida voz que cuestiona, que transpira nostalgia y que se mira reflexivamente a sí mismo. “Árbol caído” es un eucalipto que se desploma y es una parábola precisa de lo que significa la pérdida. Con “Árbol danzante” recorremos el follaje del roble, su memoria.
“Los años náufragos” es el penúltimo apartado del libro, donde la figura del padre cobra importancia, así como las primeras memorias acerca del mar. El mar transmuta. Es un reloj inmenso, es un monstruo, es profecía de un tiempo roto. El paisaje marino es el escenario que el poeta utiliza para indagar en el deseo del hombre por construir castillos de arena que nunca se derrumben.

El último poema cierra rememorando una escena concreta, la estática que procede de una colección de objetos inanimados, de aparatos muertos que se roban el sueño, de la esperanza en que todo puede arreglarse, fe en que todo electrodoméstico tiene su segunda oportunidad. ¿Hablamos de objetos inanimados o de sujetos con ánima? El último verso extraordinariamente emotivo, vuelve orgánico al poema.“No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” es la parte final del libro, conformada por los poemas: “Bicicletas” y “La estática es la lengua de un aparato muerto”. La figura del abuelo es protagónica y me parece que esta última parte del poemario es la más conmovedora, ya que el poeta hace dialogar los recuerdos, el aprendizaje y los lazos familiares, así como las propias experiencias de vida. La bicicleta se convierte en la metáfora de nuestro paso por la tierra, pedalear es indispensable para vivir, pedalear como prueba de resistencia y fortaleza ante los embates del tiempo. Alargar el recorrido lo más humanamente, lo más lejanamente posible.
Para finalizar apunto: el libro “No sé por dónde empiezan a romperse los objetos” de Eduardo Islas Coronel, nos interna en lo más profundo de los recuerdos del poeta, acaso los de nosotros mismos. Al leer el poemario corremos el riesgo de llenar nuestros ojos de nostalgia y hacer brotar en nosotros imágenes que quizá creeríamos sepultadas. La gran virtud de este poemario es abrirnos a esos recuerdos, y cuestionarnos qué tanto tenemos de ellos ahora. Aunque no todo en él es remembranza, las parábolas y paradojas que encontramos, nos retan más que racionalmente, sensorialmente. Nos reta a escarbar de manera profunda en los distintos momentos de la vida, ya sea cuando niños o cuando viejos, el miedo que acecha nuestro ser es el que sucede cuando el tiempo se detiene. Es un poemario por demás filosófico y de gran belleza.
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¡OH CORONEL! ¡MI CORONEL!
por Christian Negrete
Y porque estas palabras aún son mías parafrasearé el enormísimo Walt Whitman: ¡Oh Coronel! iMi Coronel! Nuestro no tan espantoso viaje no ha terminado. La nave no ha salvado todos los escollos, y no hemos ganado el anhelado premio, aunque los vientos hidrocálidos te abrazarán, eso lo sé.
Y no es por un premio que estamos esta tarde aquí, compartiendo la atmósfera de la librería Lavanda, y pues a un lado de mi admirada Perla Ibarra.
Y es que Eduardo no es el premio estatal de poesía, ni tampoco es el ingeniero mecatrónico, lasallista, profesor, estudiante de posgrado y lo que se acumule en los meses siguientes. Él es Eduardo Islas Coronel, mi Coronel, nuestro Coronel.
Y hoy habitamos este espacio con el propósito de acercarnos a los poemas que fue capaz de crear este hombre. Con ese estilo de poeta muerto, de niñez que se niega a marcharse, de estirpe fantasma, de recuerdos esbozados y de las leyes que nos rigen más allá del método científico. Él sabe que permaneceremos más tiempo muertos que vivos.
¿Alguien aquí sabe por dónde empiezan a romperse los objetos? El poeta afirma que lo ignora, pero sabe que, cito: “la poesía es una piedra caprichosa/que lleva veintitantos años/creciendo desde el fondo/de tu mano”. Y yo suscribo, he sido testigo del crecimiento de esa roca azul en su corazón a lo largo de estos casi cuatro años de camino compartido. He visto el acecho de la astillada resortera apuntando siempre contra su pecho.
Y es en este camino que el autor resiste al desgaste de las palabras, a la pérdida de significado de las letras, a la erosión de las verdades, cito: “una sola flecha ungida de verdad,/un solo verso cargado de poesía,/arrasará con vanos/castillos de/palabras”. Comencemos hoy por pulir la palabra poesía, porque Coronel escribe poesía.
Y cuando nos encontremos suspendidos en medio de todo, abrazados a las letras que nos arroja, Eduardo nos señalará otro camino, cito: “saber que la poesía no ocurre en las palabras/sino en los intersticios”. Y el reto será mayor, porque no se tratará de entender, de asimilar o de racionalizar. Será un escurrirse entre la tinta, un sumergirse entre tortugas.
Y podremos ver a Diego José, con las cosas en su sitio; a un ejército Borgiano de hormigas; la propuesta irreversible de la vida formulada por Noé o los objetos con más estilo que las personas que nos mostró Quintero.
Sientan estas palabras por favor: “Y si vas a caer/que sea entre relojes/relojes lentos/ que retarden/tu caída”.
Y él no necesita probar el lodo, ni mancharse los nudillos, ni amanecer con los labios amargos a la orilla de un camino. Él es capaz de destruir en mil pedazos la senda de los malditos, de la vida disipada que a veces solo es útil para arrojar soliloquios minúsculos. This is poetry.
Cito: “Aquella tarde, en la playa desierta,/mi reloj de pulsera dejó de funcionar./Había sido un regalo de mi padre”. Y el reto será concluir la travesía por este poema sin llorar como un berraco como lo hice yo en plena presentación de este libro en el Centro Cultural del Ferrocarril. Porque habla de los ascendientes consanguíneos en línea recta hasta llegar al cielo. Y es que es un tema que a todos nos arde en el apellido.
Y ahora, que pasan de “Las siete de la tarde:/la hora en que la luz escapa de las cosas.” Debo dar cuenta de una bicicleta, de ese vehículo que se mueve entre las páginas, que avanza y que no se cae gracias a leyes que ignoramos todos, menos él. Que me hacen recordar que es un técnico, pero que tiene técnica solo dentro de la técnica, fuera de eso está loco, con todo el derecho a estarlo, ¿oyeron? No lo molesten por el amor de Dios. Alejen las palabras diminutas de su estampa, gritamos De Campos y yo desde Lisboa y desde Pachuca.
Yo les aseguro que después de navegar por estas frases, de surcar las imágenes propuestas, se permitirán angustiarse por las contradicciones de la propia existencia, recogerán los fragmentos de ustedes que yacerán en el suelo y continuarán con esta vida. Vida que pese a todo y contra todo… vale la pena. Y si no me creen, súbanse a la bici imaginaria, cierren los ojos y escuchen:
“No aceleres, abuelo
¿Por qué dices adiós?
¿Por qué agitas tu mano al pasar junto a nosotros? ¿Cuánta velocidad llega a alcanzar un cuerpo que se muere?”.
Cierro con la venia de Whitman: De una horrorosa travesía, el barco vencedor, viene con un objeto conquistado, es el objeto que tengo aquí en mi mano: El libro No sé por dónde empiezan a romperse los objetos.
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